domingo, 24 de febrero de 2008

Esta noche en el Baile - Francisco Croissier


Esta noche en el Baile – Francisco Croissier

No puedo hablar de Francisco Croissier sin contar la historia, por entrañable y querida, nada objetiva, de cómo le conocí y como desde entonces ha transitado con el baluarte de mi amistad incluso en momentos de silencio que en alguna ocasión fueron largos.
Corrían el año 1.977, es decir hace 31 años. Me había tocado hacer el entonces servicio militar obligatorio en la isla de Tenerife. Eran tiempos de gran agitación a todos los niveles, fervor contracultural, en Madrid eran los momentos del rock urbano y explosión cultural, el resurgir de los ateneos libertarios - anterior a la contrarreforma llamada “movida” cuyo éxito se basó en la inicua superficialidad que sentó las bases de la nueva desculturalización social – salvo honrosas excepciones - en muchos de sus aspectos, elevando a los altares la adoración a la intranscendencia mientras la periferia - a excepción de Barcelona que siempre fue lugar aventajado en lo cultural y en otros aspectos - empezaban a despertarse de su letargo y a renovar la cultura de una forma descentralizada, sin dependencias de la capital del reino; la lucha por las autonomías y la objeción militar. El teatro, la música, la literatura estaban en los barrios obreros y sus calle como no recuerdo en mi vida, en la calle de donde la había hecho desaparecer la dictadura.

Todo era, ya digo un hervidero, revistas, fascines que aparecían y desaparecían, tertulias de jóvenes por todos los sitios, cualquier rincón era bueno para montar una; recitales de poetas desconocidos en colegios mayores, centros culturales de barrio, etc.; se podía vivir la cultura.

Era en S/C. la época de la librería Reixach, donde compré mis primeras poesías completas de Miguel Hernandez, o la librería Goya donde adquirí “La higa de Arbigorrilla” de Gabriel Celaya, o “La guerra civil española” de Gabriel Jackson, uno de los primeros libros de la historia reciente española que publicaba una naciente editorial Grijalbo.

Por aquel entonces yo me movía literariamente en el mundillo bohemio de los universitarios y ambientes culturales de base, es decir, de pueblo llano - que es lo mío por ser ese mi extracto y dedicación - por lo que intenté tomar contacto con ese mundillo en Tenerife, lo cual se vio realizado al poco de poner un anuncio en un periódico expresando mis deseos, una joven tinerfeña me contestó, presentándome al poco a Francisco Coissier, su hermano Lorenzo – del que también hablaré en otra reseña - y un grupo de jóvenes literatos que se reunían por aquel entonces y de los que – mil perdones – el tiempo y la falta de contacto me ha hecho ir olvidando los nombres. Al poco tiempo de volver licenciado a Madrid, ese grupo se conformaría en lo que se conoció como Movimiento de la Joven Poesía Canaria, aunándose en torno a la figura de Pedro García Cabrera, surrealista de la generación del 27 a penas conocido – para desgracia de todos – en la península. Este movimiento sería básico para la puesta al día y actualización literaria del archipiélago. El fluir de publicaciones fue importante, estando yo al corriente por los envíos sistemáticos que Paco me remitía y que me hacían un privilegiado espectador del “fenómeno” canario. En todos – pequeños cuadernillos, libros un poco más gruesos, sin sobrepasar los exiguos límites de un buen libro de poesías, la mano de Francisco Croissier estaba presente, bien como protagonista bien como coordinador, pero siempre él al pié del cañón.

Después vino “EL BARCO DEL ARROZ”, continuando su colaboraciones con la editorial en la que publica, y emisoras de radio, como Radio Utopia de S.S. de los Reyes (Madrid) junto a su hermano y Ángeles Izquierdo, dando una extensa panorámica de la poesía canaria.

En todo este tiempo, Francisco Croissier, al que ya en el 77 se le adivinaba como una de las personas a tener más en cuenta ya en aquel tiempo, fue evolucionando desde un ideario surrealista/beat de versos cortos a versos más largos, más surrealistas, dando un giro a su leguaje más comprometido con la tierra, más étnicamente reivindicativo de la voz isleña, que - no solo no cansan si so que se queda con la miel en los labios - le vienen como anillo al dedo a su declamación, su personalidad y a su tierra guanche. Así se podría decir que “Una noche en el baile”, es un poemario de raíz, totalmente autóctono, y fuera de las corrientes “de modé” que quieren marcar editoras conservadoras y progres al uso – ese mundillo de intelectuales de medio pelo que se creen en posesión de la batuta de la Cultura -. Es por eso que la poesía y la voz de Francisco es de la más representativas del archipiélago, por no decir la más. Pero no solo eso, Francisco Croissier por ser uno de los más personales y fructíferos creadores de la poesía contemporánea canaria, merece constar en la lista de los mejores poetas del actual panorama español. Yo personalmente espero que no se reproduzca el fenómeno “Cabrereño” y que a través de sus versos la isla denostada y mal tratada por la historia y por los conquistadores castellanos, más concebida como colonia que como parte de nuestra pobre, mísera y cuarteada piel de toro, tenga una voz propia en esta corte de los milagros, este lugar donde yace lo mejor de todo y lo más desconocido del universo sin remilgos ni prebendas a fuer de los trepas cortesanos de míseros y pobres escritos, – salvo, una ved más, excepciones meritorias, casi todas del extrarradio peninsular - “a veces madre y siempre madrastra”, que es la capital de este reino borbónico pasado de moda. Se lo tiene ganado de largo.

Y si no me creéis, os dejo con uno de los poemas de este libro, para mí el más tierno y entrañable:

EL BOBO DE LA FIESTA

Nació

y un golpe de mar

lo hizo aspaviento.

La vida quería hacerlo un hombre

y lo besó en la frente

demasiado pronto.

Le dejó el corazón

Latiendo en una noche

que encendieron de golpe,

en un sueño de espejos negros,

de enfermeras de cristal,

de lástimas

y silencios.

Por eso cuando camina

parece que no sabe,

que no le enseñaron nunca.

Y cuando habla

hasta le sale espuma de la boca.

Se baba, dice la gente,

pero son las olas,

la alegría del mar

que quiere salir

y no da con la puerta.

Y las palabras no se las coges,

salen empapadas y no se oyen,

caen,

ruedan por el suelo

y se deshacen.

Son como los cristalitos

que tiene la sal

cuando las aguas desvelan su misterio.

Por eso, a veces, va y se enfada,

se le llena el cuerpo de rabia

y a la cara se le pone

el gesto viejo de los garbanzos.

Un odio antiguo

le pasa volando por encima

y se le revuelve y salta

todo el mar que lleva por dentro,

todos los insultos

se le estampan y rompen

contra la niña de los ojos

y se le rebosan las lágrimas.

Y son mareas,

marejadas grises,

olas y más olas grandes

las que salen llenas de peces.

de algas,

de sirenas abrazadas

a los marineros muertos

y a los naufragios.

Y parece que se rompe,

que se le va a estrellar el corazón,

que se le sale hasta el alma

por esos gritos,

por ese lamento agudo

por donde hablan de golpe

todas las criaturas del agua.

Pero aunque parezca mentira

a toda esa tormenta,

a toda esa hora amarga

no le hace falta

nada más que un beso,

un abrazo

o un caramelo

para que todo se haga calma,

cariño,

risa que todo lo espanta

y lo contagia.

Y entonces

por mucho que tú le digas

el se ríe y no te oye.

Para él eres un eco,

un sonido que salió y se quedó callado,

un tumtum en la puerta

que guardan las casa vacías

cuando no quiere haber nadie.

Y da lo mismo que te quedes hablando solo,

él, como si no estuviera.

Se pierde dentro del tic-tac antiguo

que dicen los relojes

a la vida pacifica de las piedras.

Se escapa en el silbido sordo y amarillo

de las pencas y los perenquenes.

Y se va

subido a las alas de azúcar

de las nubes y del aire.

Se va pallá

por los huecos que deja el viento

donde viven los corazones encantados,

a donde vuelan los pájaros

que le brincan dentro del pecho.

Se marcha a buscar lo que le traen las flores

y los reventones rojos

por las abejas y por abril.

Un alma tan grande.

tan blanca

y no lo sabe nadie.

Ni él mismo sabe que es un verso,

un verso largo y precioso de dos palabras,

como un suspiro de deseo

como un día azul

lleno de dichas y de niños,

encendido,

como una tarde grande,

apacible,

como un beso

lleno de bocas tiernas,

de labios,

de amores limpios,

dulces, pintados

de promesas

y secretos.

Pero nadie se da cuenta,

ni él mismo.

Y todo lo que puedas decirle,

todo lo que puedas llamarlo

y hacerle

es como un corro de angelitos chicos

que se ponen a mirarlo.

Entonces,

a veces,

él va y les canta.




No hay comentarios: