sábado, 15 de marzo de 2008

Un poema de Miguel Angel Zorrilla

Ana salió ayer por la tele:
a sus 17 años ha tenido una hija.
Raro no es: llevaba medio lustro saliendo con un mozo
y se querían...
tanto como para llegar a hacer
lo que habitualmente se quiere hacer cuando se quiere
a otra persona (disculpen el trabalenguas ¿hace falta que lo detalle?)
Lo cierto es que eso es algo que a veces deja preñadas a las chicas.
Algunos van diciendo que es un pecado
por el que los infractores merecen un infierno eterno
de donde ni Dios debe sacarlos (eso, yo lo he oído, algunos dicen);
otros, en cambio dicen que es una vergüenza,
que suceder, resignémonos, sucede, pero que
no debe suceder sin su cuota de oprobio,
sin la guata protectora del silencio y la tiniebla...
déjenme que yo diga que es tan sólo
la vida
que palpita en nosotros, y fluye a través y nos desborda afuera
y hay quien quiere poner compuertas a la vida
como si ella no encontrara siempre resquicios por donde filtrar,
porque no es que nosotros la tenemos, quita ya,
es ella la que nos tiene a nosotros
y la que nos utiliza a capricho para arraigar,
crecer, perdurar, desparramarse.

Así fue que un día la vida eligió a Ana
y no le reprocho el gusto, pues la moza es lindísima,
miró a sus ojos y le dijo algo así como “sígueme”
“sé mi mensajera y te sentirás viva”
Todo apunta a que Ana lo creyó. Pero de inmediato
llegó la sociedad con la factura
y la orden de desahucio por impago.
Empezó con el cuento de que los mensajes de la vida son
la más flamígera de las tentaciones, fruta prohibida.
Continuó después con el «no estás preparada para la maternidad»,
la más atroz de las mentiras: Ana era una mujer cumplida,
sana, fresca, flexible, tierna...
ningún hipócrita enarbolador de la dicha frase sabría diseñar,
ni querría una madre mejor para sus propios hijos si le dejaran.
De la misma intentaron seducirla con todo un clásico
«ahórrate problemas, déjate de líos, no te comprometas».
Pero ella siguió firme, y entonces
la chantajearon con el «de qué piensas vivir»
como si no estuviera escrito que las aves del cielo que no tienen
graneros encuentran grano cuando pueden volar
a su albedrío, que son sólo los tristes pájaros de jaula los que se ven
abocados al ayuno si al amo se le olvida el alpiste.
Y como ella no cejaba y aún creía en la vida
le cayó encima el último argumento, el inconmovible:
la autoridad paterna, «porque yo te lo mando y eres mía».
Ella contó (y la creo) que le dieron el siguiente ultimátum:
«Ese novio que tienes es poco para ti»
«Déjalo, o lo acusaremos de estupro a una menor.»
«Y luego, un aborto de nada, y olvidémoslo todo»
Ana tragó las lágrimas y cedió su amor de moza
por no ver arruinada la vida de su amante,
pero su amor de madre eso ya ni de vainas,
la criatura nacería ¿qué maldad había en ello?.
«En ese caso, sea, pero fuera de nuestra vista»,
«lo más lejos posible, donde no nos salpique la ignominia»
Y la retuvieron encerrada, vigilada, incomunicada
hasta que la embarcaron en una aeronave
de Lima hasta Madrid, un océano por medio,
a casa de un pariente que, para más INRI, no quiso recibirla.

Eso fue sólo el principio: Ana llegó y se vio sola
en un país extraño y con una gestión pendiente:
llamar al que fue su novio e informarle del exilio.
Él, razonablemente dolido, preguntó
«Por qué te fuiste sin decirme nada»
«sin consultar, ni hablar de la criatura que es de ambos»
Ella no se atrevió, ni en legítima defensa, a relatar
la verdad lisa y llana que la hubiera valido
para quedar como una heroína rosa, humillada y sin pecado;
quizás aún temiera una venganza sobre él,
o más probablemente le pareció de baja estofa, y lo era,
desvelar la ruindad de su familia, los episodios sórdidos vividos,
Ana, la bienaventurada, concebida sin pecado, mensajera de la vida
no quiso manchar su expediente con habladurías
y a los reproches, no injustos, del que fuera su amor
hubo de contestar con dos largas cambiadas:
que sé yo qué contaría sin faltar a la verdad:
se sintió muy presionada (¿alguien podría dudarlo?)
empezar de cero en otro ambiente podría ser más fácil
(no era una verdad pura, pero falso... tampoco)
aunque al fin, malamente podría contestar sin desvelar todo
a la pregunta acuciante: «Y por qué no llamaste»:
quizá con un poco creíble «no tuve reflejos» o «no pude con ello»
o alguna mentira piadosa si cabe imaginarla,
si no un silencio enervante como arena movediza, en fin:
no se me ocurre nada que no la hiciera quedar como una perfecta fresca
por no revelar su martirio pero lo llevó de calle.

Ella redimiría porque quien más quien menos todos hemos pecado:
los familiares que eligieron la vergüenza ante el amor
su castigo tuvieron: perdieron hija y nietos;
los amantes que, cercados como estaban de guardianes del orden,
no supieron refrenar su pasión penan separados quizá por siempre
y los que oímos contar la repugnante historia como quien ve un serial
penamos la perpetua de vivir en un mundo invivible.
No, yo no juego a juez;
me basta con saber cuáles faltas me inspiran más indulgencia,
si las cometidas contra el amor o contra el orden,
pero en este planeta imperfecto, tal vez inconcluso,
cuando ejercemos de ángeles, como dijo el poeta, (*)
y corremos a salvarlo, no hay método que funcione.
Ana, la redentora, perdió y penó más que ninguno:
el amor de una familia y el de un compañero,
y no dudó en sacrificarlo a cambio de dar la vida a otro ser
(nótese bien quién mandaba, si la vida o los títeres humanos).
Ana dijo «mi niña no es culpable»
si no se cree en el pecado original, que de original tiene poco,
o en el delito calderoniano de haber nacido
pero mucho es pedir que no le alcance también su castigo:
nacer sin padre, sin abuelos,
y sin más de una respuesta cuando empiece,
como empiezan, los niños, ya se sabe cómo son, a preguntar,
y Ana vuelva a tener que rescatar su antiguo silencio de cordero
de cuando con dos largas cambiadas toreó la maldición,
y le ofrezca en recambio ese cariño eterno insobornable, de madre
y unas sonrisas de candor silvestre
cuyo bálsamo leve mal podrá cicatrizar tanta llaga.

Eso era sólo el principio: Ana está aquí, entre nosotros
con su niña, su fe, su presencia amante y poco más
en un país extraño donde no conoce a nadie,
pero iremos conociéndola y quien la conozca yo digo
que al fin la querrá, seguro;
pero ella también irá reconociendo
un país donde no hay empleo para todo el que lo quiere,
donde ser extranjero a veces supone no ser tratado igual,
donde ser soltera aún connota demasiada independencia para cosa buena
y siendo soltera, ser madre, aún desuella a las beatas y fariseos,
donde ser joven es no haber demostrado nada,
ser pobre implica ver el surtido de pasteles desde fuera del cristal.
y ser puro es una ingenuidad poco rentable.
Aquí la tenemos, en las casas de todos, en la tele,
contándonos sin darse mayor pisto,
que ella tuvo fe en la vida y fue duro (y temo que lo es aún)
pero ella sigue adelante y hasta aquí hemos llegado.
Lo que venga después queda ya en nuestras manos.
De ella y de nosotros.

Así pues, yo ayer la veía en la tele:
en un programilla donde se ventilan, no siempre de modo muy pulcro
los trapos de vidas ajenas, en general, para cotillas ociosas.
Pero ella transfiguraba el bodrio porque era preciosa:
lozana como mandan sus 17 abriles,
amorosa, impulsada por su amor de recién madre
y recta y discreta como quien salió ya del crisol purificada.
Y la apostura clara de su voz deshizo todo el morbo
de la historia truculenta que fue, malhaya, su vida meses antes,
y que narró conmovida, pero sin pesar ni odio...
Y me recordé a mí mismo haber pensado
«¿Será la maternidad lo que la vuelve tan bella y tan sensata?»
En tal caso debo aplicarme a mi viejo sueño
de escribir un poema manifiesto en favor del embarazo adolescente
no sólo para epatar a los alféreces de la moralina, que obviamente
también es algo que un poeta debe hacer después o antes,
sino además para volver del revés el calcetín de lo trillado e impedir
lo que ya detectó el gran caminante: (**)
que otra vez más se nos siga durmiendo con todos los cuentos.
Cuento ¡y gordo! es que las adolescentes no deban ser madres
porque son inmaduras, flojas, dispersas, egoístas, indocumentadas.
Nadie ha probado si no deben ser madres porque son así
o si son así porque no las dejamos ser madres.
Porque es más cómoda la retahíla de lugares comunes que aplicaron
a Ana, con los que preferimos dejar el mundo inmóvil y empozado
en lugar de ensayar qué ganaríamos
teniendo abuelas de 34 años bisabuelas de 51,
tatarabuelas de 68 y con algo de suerte tata-tatarabuelas de 85,
en fin, poniéndonos en manos de la vida y siendo suyos.

Y si yo mismo caigo en otra clase de moralero subido
lapídenme cuando gusten con piedras de molino
pero siempre he pensado que denme
un millón o dos, o cien, de adolescentes embarazadas
y haríamos de este planeta un jardín.
Y sé que es más fácil hablarlo que hacerlo
pero prefiero mil veces a la cría pensando
si mi niño tiene frío, tiene sueño o quiere tetita
que lloriqueando en el batiburrillo del consumo porque las zapatillas
no son de la marca Neki y el jersey de la marca Probata y
por demás, llámenme oportunista demagogo si encima recuerdo ahora
que esas marcas las fabrican niños menesterosos explotados en Asia,
de manera que antes de erradicar que los niños arrastren
sus horas por dos chavos tragando residuos de caucho de suelas
comenzamos por retirarles con mucho aspaviento de los goces del sexo
y a hurtarles del amor y el cariño con estigmas de pecado;
cierto es que matices sobre esto nos llevarían cerca del tedio
y nos enredarían fatigosamente debatiendo miseria tras otra.
Pero quiero pensar que ustedes ya me van entendiendo
y para el que no me entienda, la tila es buen calmante,
y al fin con que me entienda yo, ya es algo,
y prefiero, con mucho, de largo, que me entienda Ana
o más de perlas aún que yo la entienda a ella.
Y no fue otra cosa lo que quise cuando inicié esta historia.
Pero puedo decirlo más claro:
si una adolescente preñada es una tragedia, un desastre,
si un hijo como el de Ana es una desgracia, una vergüenza, un crimen
es simple y llanamente
porque no hemos sabido ni crear un mundo a la medida de la vida
ni vivir en el mundo que la vida crea para nosotros.
No se abrumen pensando que eso no hay quien lo cambie:
empecemos por ir abriendo un hueco
en nuestro corazón para todas las Anas
y pudiera que al final ese amor desgranado
haya abierto un resquicio de luz en el fondo del túnel.







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(*) Blas de Otero: “ese ángel fieramente humano / corre a salvarnos y no sabe cómo.”
(**) León Felipe: “Yo no sé muchas cosas, es verdad. / Pero me han dormido con todos los cuentos / y sé todos los cuentos.”

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