Y lo perdimos,
la impotencia dejó de estar en el diccionario
y todo se convirtió
en quejadumbre contemplativa.
Las luciérnagas del intelecto,
traicionando a su origen de dar luz,
se convirtieron en hiedras del lado oscuro;
sus herederos,
las luciernaguitas,
aleccionadas,
abandonaron las calles
para intentar llegar a los palacetes
mirándose el ombligo.
Y volvió la progresía
es rama artera
que intenta jugar a dos bandas,
esa canalla que adula y traiciona,
y que al final siempre, siempre calla.
Y cuando se necesita alzar la voz,
ellos callan,
miedosos el sistema que aceptan.
Nada hacen aunque lo quieren todo,
pero les da miedo
que las fauces del dragón
los convierta
- nuevamente-
en oscuridad
alejados del glamour de los titulares de prensa fácil .
Ególatras indolentes
hacen certámenes, encuentros
que llaman, mintiendo a la razón, alternativos;
alternativos a ¿qué?.
pregunto como un niño con un chupa-chup ante un payaso,
¡si somos iguales,
calcaditos a los que criticamos pero en un escalafón inferior.
Dirigiéndonos a nosotros mismos
creemos estar creando conciencia
mientras las calles siguen esperándonos
y distraen la espera con colores púrpuras
de neón en la caja tonta,
dormitando
en espera de que alguien les despierte.
Pero nadie lo hará,
todos reniegan de la pobre masa inculta,
porque un intelectual,
del color que ondee su bandera,
no puede mezclarse con la plebe,
con esa plebe que les da de comer
a veces no solo para sus cantos épicos.
Todos los “artistas” estamos ocupados
en otras cosas más importantes y trascendentes
como mirarnos el ombligo.
A la mierda
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