Hijo mío. Tus
ojos no vieron,
Las bestias de
acero,
Dando coces
contra las mandíbulas de los niños.
Ni la lluvia
de azufre,
Cayendo a
plomo sobre los campos.
Como tábanos
enfurecidos.
Pero mis ojos
cansados de haber estado
Tres años
despiertos.
Vieron el
rostro de la muerte oculto tras su esbozo negro.
Y a las
escuadras de la oscura sombra,
Cercenar
pupilas con espadas afiladas por el miedo.
A las sombras
caminantes con sus botas de charol
Dejar sus
huellas sobre los muertos
Y a los
casquillos de las balas morder
La nuca de los poetas y de los obreros.
Tus manos hijo
mío.
Jamás se
mancharan con el barro
Ni con la
sangre. Ni tendrán las uñas levantadas
De arañar la
piel de la miseria.
Que oculta
debajo un esqueleto de una mula
Y un burro
putrefacto.
Por qué tus
manos están limpias.
Limpias de
haber sido lavadas en el caño puro de tu infancia
Las mías sin
embargo han enterrado miles de muertos
En el
cementerio del olvido.
Y son dos
palomas disecadas con el pecho atravesado
Por los clavos
que antaño rompieron,
La piel de la
mano de Jesucristo.
Ríe, Sangre de
mi sangre.
Ríe mostrando
al mundo la mariposa blanca
Que anida
entre tus dientes.
Ríe. Con
carcajadas que rompan el aire.
Ríe. Con mil
cascabeles de alegría.
Con mil
ruiseñores dentro de tus encías.
Que tu alegría
me da alas. Me hace tocar el cielo.
Mi corazón
lleno de arena late,
Con la fuerza
con la que aletea el colibrí de tu pecho.
Porque tú eres
la libertad. La libertad del pueblo.
Mirlo blanco
de espuma. Caballito de vapor
Atravesando al
galope las extensas praderas del tiempo.
Ríe ¡hijo mío!
Por qué has nacido
Sin el yugo
que te impida levantar la vista hacia el cielo.
Libre de
grilletes y de cadenas.
Libre y con la
mirada puesta en el futuro.
Un futuro que
se divisa incierto, Pero que está lejos.
Muy lejos de
la guadaña de la muerte.
Y de su manto
negro.
Antes de morir
hijo mío.
Gritare tu
nombre con toda la fuerza de mi alma.
Para que todos
sepan que morí con tu recuerdo
Entre mis
labios. Labios que son dos lirios ensangrentados.
Que se
marchitan y se consumen,
En medio de un
campo de batalla donde mi cuerpo
Será devorado
lentamente por las hormigas caníbales del silencio,
Hasta que de
mí no quede...
Más que un eco
lejano entre los muros del viento.
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