viernes, 15 de julio de 2016

Poema de un combatiente del Ebro a su hijo:

Hijo mío. Tus ojos no vieron,
Las bestias de acero,
Dando coces contra las mandíbulas de los niños.
Ni la lluvia de azufre,
Cayendo a plomo sobre los campos.
Como tábanos enfurecidos.

Pero mis ojos cansados de haber estado
Tres años despiertos.
Vieron el rostro de la muerte oculto tras su esbozo negro.
Y a las escuadras de la oscura sombra,
Cercenar pupilas con espadas afiladas por el miedo.
A las sombras caminantes con sus botas de charol
Dejar sus huellas sobre los muertos
Y a los casquillos de las balas morder
 La nuca de los poetas y de los obreros.

Tus manos hijo mío.
Jamás se mancharan con el barro
Ni con la sangre. Ni tendrán las uñas levantadas
De arañar la piel de la miseria.
Que oculta debajo un esqueleto de una mula
Y un burro putrefacto.
Por qué tus manos están limpias.
Limpias de haber sido lavadas en el caño puro de tu infancia

Las mías sin embargo han enterrado miles de muertos
En el cementerio del olvido.
Y son dos palomas disecadas con el pecho atravesado
Por los clavos que antaño rompieron,
La piel de la mano de Jesucristo.

Ríe, Sangre de mi sangre.
Ríe mostrando al mundo la mariposa blanca
Que anida entre tus dientes.
Ríe. Con carcajadas que rompan el aire.
Ríe. Con mil cascabeles de alegría.
Con mil ruiseñores dentro de tus encías.
Que tu alegría me da alas. Me hace tocar el cielo.
Mi corazón lleno de arena late,
Con la fuerza con la que aletea el colibrí de tu pecho.

Porque tú eres la libertad. La libertad del pueblo.
Mirlo blanco de espuma. Caballito de vapor
Atravesando al galope las extensas praderas del tiempo.
Ríe ¡hijo mío! Por qué has nacido
Sin el yugo que te impida levantar la vista hacia el cielo.
Libre de grilletes y de cadenas.
Libre y con la mirada puesta en el futuro.
Un futuro que se divisa incierto, Pero que está lejos.
Muy lejos de la guadaña de la muerte.
Y de su manto negro.

Antes de morir hijo mío.
Gritare tu nombre con toda la fuerza de mi alma.
Para que todos sepan que morí con tu recuerdo
Entre mis labios. Labios que son dos lirios ensangrentados.
Que se marchitan y se consumen,
En medio de un campo de batalla donde mi cuerpo
Será devorado lentamente por las hormigas caníbales del silencio,
Hasta que de mí no quede...

Más que un eco lejano entre los muros del viento.

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